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martes, 26 de febrero de 2013






MANGOS

Felipe se trepó al árbol inmenso y luego de desprender la guanábana, que cayó al suelo con un golpe seco, se bajó rápidamente como un mono travieso. Los loros verdes amarillos que esperaban a dormir la siesta inmensa volaron despavoridos con sus gritos destemplados. Susanita y Claudia se rieron por la forma como se tiró al suelo Felipe y por los loros de los gritos desmedidos. En la campiña atardecía y el sol piurano, inmenso, rojo de la tarde calurosa se iba apagando después de quemar, quemar y quemar. Claudia entonces dijo a todos: “Vamos a la casa ya” Felipe entonces se levantó del suelo  y comenzó a correr como un loco, para así poder llegar primero a la casa. Susana miró a Claudia y ambas otra vez sonrieron. Levantaron la guanábana enorme y caminaron en dirección al pueblo.

Unos campesinos que venían de la ciudad cantando marineras viejas se toparon con las niñas. Sacaron de sus alforjas unos mangos inmensos y les convidaron el fruto. Claudia y Susana entonces fueron en ese momento las niñas más felices del mundo.


José Ñique-Lima-Perú