MANGOS
Felipe se trepó al árbol inmenso y luego de
desprender la guanábana, que cayó al suelo con un golpe seco, se bajó
rápidamente como un mono travieso. Los loros verdes amarillos que esperaban a
dormir la siesta inmensa volaron despavoridos con sus gritos destemplados.
Susanita y Claudia se rieron por la forma como se tiró al suelo Felipe y por
los loros de los gritos desmedidos. En la campiña atardecía y el sol piurano,
inmenso, rojo de la tarde calurosa se iba apagando después de quemar, quemar y
quemar. Claudia entonces dijo a todos: “Vamos a la casa ya” Felipe entonces se
levantó del suelo y comenzó a correr
como un loco, para así poder llegar primero a la casa. Susana miró a Claudia y
ambas otra vez sonrieron. Levantaron la guanábana enorme y caminaron en
dirección al pueblo.
Unos campesinos que venían de la ciudad
cantando marineras viejas se toparon con las niñas. Sacaron de sus alforjas
unos mangos inmensos y les convidaron el fruto. Claudia y Susana entonces
fueron en ese momento las niñas más felices del mundo.
José Ñique-Lima-Perú