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viernes, 25 de abril de 2014



COSTURA INVISIBLE

Don Eduardo Pisfil tenía una bodega inmensa donde yo compraba los chocolatines que eran la delicia de mi niñez.  Dos por cincuenta y de yapa uno mas, hasta que el pobre quebró. El me enseñó el ejemplar inmenso lleno de figuras  de las Mil y una noches donde los pichos nos extasiábamos con las aventuras de Schahrazada, los reyes y los visires. Luego el viejo regaló el libro a la biblioteca municipal y ahí íbamos religiosamente a leer los niños del barrio el libro extraordinario. Un  día cualquiera Claudia, Agustina; Carlos y yo fuimos a la biblioteca a leer el libro y nos encontramos con que el rey Simbad  venia de un viaje del lejano oriente. Había traído muchos tesoros y por supuesto muchas aventuras que contar. Nos narró que en un reino lejano los árboles eran inmensos y que todos los frutos que había en Chepen no eran nada comparados con los que había en esos inhóspitos reinos. La guayaba, la maracuyá, los dátiles, las sandias, las naranjas y los melocotones eran una delicia y el había traído esos frutos para regalar a su pueblo. Cuando nos despedimos del rey y nos fuimos por las calles oscuras y vacías del pueblo, íbamos extasiados de la lectura del maravilloso libro.
Muchos años después, en una visita que hice a mi pueblo, encontré a Don Eduardo que estaba trabajando como sastre ambulante en el mercadillo de Chepen. Me acerqué y le dije mi nombre para recordarle que lo había conocido en mi niñez ahora lejana. El viejillo me miró desde lejos y asintió diciéndome lo siguiente: “También le puedo hacer a su prenda una costura invisible señor”

José Ñique-Lima-Perú