COSTURA INVISIBLE
Don Eduardo Pisfil tenía una bodega inmensa
donde yo compraba los chocolatines que eran la delicia de mi niñez. Dos por cincuenta y de yapa uno mas, hasta
que el pobre quebró. El me enseñó el ejemplar inmenso lleno de figuras de las Mil y una noches donde los pichos nos extasiábamos
con las aventuras de Schahrazada,
los reyes y los visires. Luego el viejo regaló el libro a la biblioteca
municipal y ahí íbamos religiosamente a leer los niños del barrio el libro
extraordinario. Un día cualquiera
Claudia, Agustina; Carlos y yo fuimos a la biblioteca a leer el libro y nos
encontramos con que el rey Simbad venia
de un viaje del lejano oriente. Había traído muchos tesoros y por supuesto
muchas aventuras que contar. Nos narró que en un reino lejano los árboles eran
inmensos y que todos los frutos que había en Chepen no eran nada comparados con
los que había en esos inhóspitos reinos. La guayaba, la maracuyá, los dátiles,
las sandias, las naranjas y los melocotones eran una delicia y el había traído
esos frutos para regalar a su pueblo. Cuando nos despedimos del rey y nos
fuimos por las calles oscuras y vacías del pueblo, íbamos extasiados de la
lectura del maravilloso libro.
Muchos años después, en una visita que hice a mi pueblo, encontré a Don
Eduardo que estaba trabajando como sastre ambulante en el mercadillo de Chepen.
Me acerqué y le dije mi nombre para recordarle que lo había conocido en mi
niñez ahora lejana. El viejillo me miró desde lejos y asintió diciéndome lo
siguiente: “También le puedo hacer a su prenda una costura invisible señor”
José Ñique-Lima-Perú