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sábado, 15 de febrero de 2014

YTIA


Corría el año 141 y Roma vivía aún una época de guerras y conflictos. Sus habitantes, sin embargo, vivían en beneplácito y en constante desarrollo. Era una época de florecimiento cultural y espiritual y las familias aristocráticas se esforzaban porque sus hijos tuvieran educación y cultura. Se habían establecido grandes colegios para estas familias y en este ambiente creció Marco Aurelio, que ya muy joven se había inclinado por la filosofía. Su madre Domicia Lucilla, que era de familia consular siempre le había conculcado el amor al estudio y a vivir son obstentacion, y el niño apreció siempre esta filosofía materna. Cuando Marco Aurelio cumplió 17 años de edad, fue nombrado heredero del trono y fue por esos años que conoció a Ytia, una chica que tenía dos años menos que el futuro emperador. Ytia también provenía de una familia aristocrática y le gustaba el arte y la pintura. Su familia, sin embargo, quería que Ytia estudiase leyes y ella se inclinaba más por la pintura, por la contemplación de la naturaleza. El futuro filósofo y emperador vio en ella a la mujer perfecta. Ambos paseaban por las afueras de Roma cuando se conocieron. Iban a la campiña y buscaban estar solos para contemplar las montañas cercanas a Roma y el se sentía contento en esas salidas. En una de esas salidas, el joven tomó inesperadamente las manos de Ytia y por un instante la miró como un desposeído. Ytia miró el horizonte y dijo: mira que hermosas montañas en otoño. Mira sus nieves infinitas. Marco Aurelio estaba profundamente enamorado de Ytia y ella de las montañas. Nunca se dio cuenta de ese amor platónico que consumía al futuro emperador. Vivimos por un instante, sólo para caer en el completo olvido y en el vacío infinito del tiempo. Quizás fue ahí donde Marco Aurelio comenzó a escribir sus pensamientos que lo llevarían al estoicismo. Lo demás es historia.

Cuentos Cortos

José Ñique

viernes, 14 de febrero de 2014

AGLAYA

Aglaya esperaba en la plaza Roja. La tarjeta que llevaba en su falda era para ser entregada personalmente al director de la oficina de telégrafos, Valentin Krilov, quien era el responsable de la célula a la que pertenecía Aglaya. Se habían encontrado la noche anterior en el hotel G, y eran amantes desde hacia cuatro meses. El encargo de  llevarle la tarjeta lo había recibido en la mañana y ademas de dispararle en plena vía sin errar en el atentado. Krilov tenia que morir. En la plaza inmensa se respiraba aire puro y la chica temblaba por el terror y el miedo del encargo que lo llevaría a asesinar al hombre que amaba. El  hombre que le había visitado en su casa, le había  sustentado con hechos y pruebas irrefutables sobre la necesidad de acabar con el agente del servicio de inteligencia. Krilov se demoraba demasiado y eso ponía nerviosa a Aglaya. De pronto apareció James Bond en escena. Aglaya no podía equivocarse. Era el americano mas famoso que estaba paseándose por la Plaza Roja. Estaba ahí, cerca de ella, en sus narices. Se olvidó de Krilov y siguió al agente 007  para abordarlo y pedirle un autógrafo. James sabia que tenia que encontrase con una doble agente rusa y de seguro que la chica que le seguía era tal agente.

La música la pusieron unos novios que se tomaban fotos cerca a la iglesia de San Basilio.

Cuentos cortos por Jesus Maria.

Jose Ñique

Lima-Peru.

jueves, 13 de febrero de 2014

Almehah

En el Cairo, con sus calles largas y malolientes, que había recorrido hasta llegar a la plaza, esperaba Almehah a su novia. Ella le traería el encargo de su jefe y él lo llevaría a Hurghada para que allí le entreguen al Jeque. En la plaza Ramsés hacia mucho calor y Anat no aparecía, circunstancia que ponía nervioso a Almehah y comenzaba a preocuparse por la tardanza de la chica. Sacó de su camisa un cigarrillo y se puso a fumar, despacio se dirigió a una banca de la plaza y se sentó. En cada bocanada miraba el cielo claro y diáfano que cubría la ciudad. Estaba meditando salir de todo eso. El único contacto con su jefe era Anat. Y el único hecho de ser novio de la chica era pertenecer a la organización. Despues el futuro y él solo en el mundo. Si se demoraba quince minutos, se dijo, se largaría para siempre de ahí y olvidaría todo. Unas placidas palomas se posaron a sus pies. Esperaban seguramente maíz que los transeúntes le llevaban siempre. Las campanas de la iglesia cristiana, a un costado de la plaza, tocaron señalando que eran las doce del mediodía. Un pordiosero lo miró, quiso pedirle limosna y al verlo tan desgraciado siguió su camino.
El sonido seco del disparo lo despertó de su ensimismamiento. había sido artero y por la espalda. Cayó de bruces y se apoyó en el brazo izquierdo en su caída, lo que le permitió ver el rostro de su novia, quien se alejaba velozmente del lugar.

Cuentos por Jesús Maria.

José Ñique