EL CERRITO
Cuando llegamos al lugar estaba oscuro. La carretera no asfaltada llena de
piedras nos había movido tanto que la cintura nos dolía. Eusebio no decía nada
y estaba concentrado en el volante de su auto Ford Custom 1966. Con este vehículo
viajaba todos los días a Trujillo y por eso conocía este lugar, camino a
Pacasmayo. La ciudad se veía a lo lejos con sus luces nocturnas que tildaban
como ojos de búhos. Las olas del mar lejano, por el silencio sepulcral, se oían
violentas cuando chocaban con el acantilado. Yo había vivido en esta ciudad
hasta los siete años y ahora que volvía a los trece me alegraba y al mismo
tiempo me entristecía. Seria por la forma como llegaba nuevamente. Tenía la sensación
de que llegaba a pecar y a blasfemar Cuando bajamos, un viejo, sentado en una piedra grande, como un
huevo prehistórico, nos miró y se levantó presuroso, para impedirnos ingresar. Tenia arrugas en su rostro y sus manos eran enormes.
Cuando vio a Eusebio nos dejó pasar y
murmuró unas palabras ininteligibles. La posada estaba conformada por cuartos a cada
lado. Era como una pequeña calle con cuartos pequeños en donde estaban
apostadas las putas. Franco titubeo un instante y yo tuve una sensación de
miedo. Éramos altos los dos chicos, pero aun menores y era nuestra primera
experiencia con el sexo. Claro antes competíamos en el baño del colegio de
quien se masturbaba y quien duraba más, pero eso era distinto. Estábamos en un prostíbulo. En un prostíbulo real y olía a orines y a
sexo de mujer. Ingresamos y vimos mas de cerca a las mujeres, que totalmente
desnudas, nos miraban y sonreían. Al fondo de la casa había un grupo de
parroquianos que estaban bebiendo chicha y gritaban gesticulando. Nos miraban y
quisieron burlarse pero Eusebio nuevamente se adelantó y todos se quedaron
mudos.
-
Vienes
con pichos, putañero- le dijo uno de ellos.
Como Franco y yo caminábamos con miedo, Eusebio nos tomó por los
hombros y nos dijo: “Bueno, van a tirar o no.” Y se reía mostrando sus dientes
amarillos.
JOSE ÑIQUE
LIMA-PERU