GALLINAZOS
Y GALLOS
Cuando
la caravana española, conformada por carretas jaladas por caballos y mulas,
arribó en el pueblo de naturales de Huacho, una villa de ralos habitantes, la mayoría
pescadores que conseguían pericos y caballas para su alimentación, respiraron
por fin las narices del virrey el aire diáfano y caluroso del valle. Su
séquito, numeroso y ruidoso, se sobrepusieron a las náuseas y mareos del viaje
y se colocaron en fila tras el camarote del Virrey para dar las buenas y
parabienes al gran señor y disponerse a ser recibidos por don Efesio Francisco
de Barboza y don Fernando Amílcar de Prado Bazalar, quienes conjuntamente con
el gobernador Lope García de Castro, la Real audiencia y vecinos notables de la
encomienda del mismo nombre, que el virrey Mendoza había encargado, recibirían
a tan ilustre y resonante figura. Lo llevaron a la chacra de Barrionuevo, donde
le ofrecieron con gran pompa y festividad, una comida hecha de adobo de gallina
con tamales de cerdo.
Francisco
estuvo tres días en esa villa organizando y disponiendo como un obseso, las
casas y las calles que deberían de trazarse en la expansión de la ciudad. La
consagró a la Virgen del Carmen por el sueño que tuvo esa noche que llegó y en
la que ésta claramente le decía que ese era el lugar que ella quería para traer
la cristiandad a sus habitantes. En la tarde del día que arribó vio una pelea
de gallos, que era la diversión de los lugareños y le encantó la diversión que
en ella fluía, tanto que hasta apostar se puso a Francisco de Barboza, quien se
le había acercado al Virrey haciéndole las bromas que los sevillanos hacen
cuando se forjan de la confianza de su interlocutor. Francisco fue ganando pesetas
apostando a un gallo que era fuerte y buen luchador, tanto que parecía que se
llevaría todo el oro del lugar y que hizo que su rival en la apuesta decía:
-¡Hombre,
valga Dios! que este pastel tiene tan buena suerte que da miedo apostar con el-
decía a grandes gritos Barboza
Luego de disponer donde debería de construirse
la iglesia consagrada a la Virgen Del Carmen, se preparó para el viaje a Lima.
Encargó antes un saco de las deliciosas naranjas que daba el valle. Eran
jugosas y grandes y que llevaría a la capital del virreinato, para tenerlas
siempre cerca en su almuerzo diario.
La
llamada ciudad de los reyes, en esos tiempos, ya había crecido más allá del río
Rímac, y se había expandido trasponiendo el llamado "damero de
Pizarro", cruzando las fronteras iniciales que el conquistador español
había trazado cuando arribó a estas tierras después de cruzar los Andes. En La
plaza de armas, impuesta en el mismo sitio que encontraron lúcumas y
gallinazos, se alzaba imponente la catedral gótica que mandó a edificar Pizarro
en homenaje a los reyes que en ese tiempo gobernaban la península ibérica.
Cerca había un río que los naturales llamaban Rímac y un valle que estaba
bordeado de flores amarillas que después lo llamaron de amancaes, en homenaje
al valle oro que circundaba el cerro, y que se imponía altivo a la ciudad desde
el este.
Cuando
arribó, con su acompañamiento de trescientos españoles, el virrey Toledo a
Lima, la ciudad había avanzado más allá de las primeras fronteras iniciales como
habíamos dicho y se arrimaba hacia sus cuatros costados con españoles, negros y
indios, acurrucados como se habían definido por sus bienes y títulos, y que
construían sus casas en los barrios cercanos llamados como Barrios altos y el
Rímac.
El
virrey, hombre alto y enjuto, tenía la costumbre, traída de la corte del rey
Felipe II , de vestir de luto riguroso. Esta vestimenta lo hacía taciturno,
triste, melancólico. Le daba la apariencia de hombre serió y colérico, de mal
carácter. Siempre andaba de negro y realmente tenía una personalidad agria y
mala. Había perdido a sus padres desde muy pequeño en la corte donde creció y
no obstante haber sido adoptado en la misma por la infanta Teresa, un alma de
Dios, su carácter fue decididamente de una timidez formidable. Cuando fue paje
de las reinas Leonor e Isabel aprendió los modales de la realeza y que le
sirvió de mucho en las relaciones que como representante del rey ofrecería en
Lima. Además su origen social aristócrata y haber sido aceptado como parte de
la casa de Carlos I, lo hacían de un origen alto en la sociedad española de ese
entonces. Su antecesor, lo sabía y por ello preparaba una gran ceremonia para
su recibimiento en la capital. (Continuara)
José
Ñique