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martes, 12 de noviembre de 2013

GALLINAZOS Y GALLOS

Cuando la caravana española, conformada por carretas jaladas por caballos y mulas, arribó en el pueblo de naturales de Huacho, una villa de ralos habitantes, la mayoría pescadores que conseguían pericos y caballas para su alimentación, respiraron por fin las narices del virrey el aire diáfano y caluroso del valle. Su séquito, numeroso y ruidoso, se sobrepusieron a las náuseas y mareos del viaje y se colocaron en fila tras el camarote del Virrey para dar las buenas y parabienes al gran señor y disponerse a ser recibidos por don Efesio Francisco de Barboza y don Fernando Amílcar de Prado Bazalar, quienes conjuntamente con el gobernador Lope García de Castro, la Real audiencia y vecinos notables de la encomienda del mismo nombre, que el virrey Mendoza había encargado, recibirían a tan ilustre y resonante figura. Lo llevaron a la chacra de Barrionuevo, donde le ofrecieron con gran pompa y festividad, una comida hecha de adobo de gallina con tamales de cerdo.
Francisco estuvo tres días en esa villa organizando y disponiendo como un obseso, las casas y las calles que deberían de trazarse en la expansión de la ciudad. La consagró a la Virgen del Carmen por el sueño que tuvo esa noche que llegó y en la que ésta claramente le decía que ese era el lugar que ella quería para traer la cristiandad a sus habitantes. En la tarde del día que arribó vio una pelea de gallos, que era la diversión de los lugareños y le encantó la diversión que en ella fluía, tanto que hasta apostar se puso a Francisco de Barboza, quien se le había acercado al Virrey haciéndole las bromas que los sevillanos hacen cuando se forjan de la confianza de su interlocutor. Francisco fue ganando pesetas apostando a un gallo que era fuerte y buen luchador, tanto que parecía que se llevaría todo el oro del lugar y que hizo que su rival en la apuesta decía:
-¡Hombre, valga Dios! que este pastel tiene tan buena suerte que da miedo apostar con el- decía a grandes gritos Barboza
 Luego de disponer donde debería de construirse la iglesia consagrada a la Virgen Del Carmen, se preparó para el viaje a Lima. Encargó antes un saco de las deliciosas naranjas que daba el valle. Eran jugosas y grandes y que llevaría a la capital del virreinato, para tenerlas siempre cerca en su almuerzo diario.
La llamada ciudad de los reyes, en esos tiempos, ya había crecido más allá del río Rímac, y se había expandido trasponiendo el llamado "damero de Pizarro", cruzando las fronteras iniciales que el conquistador español había trazado cuando arribó a estas tierras después de cruzar los Andes. En La plaza de armas, impuesta en el mismo sitio que encontraron lúcumas y gallinazos, se alzaba imponente la catedral gótica que mandó a edificar Pizarro en homenaje a los reyes que en ese tiempo gobernaban la península ibérica. Cerca había un río que los naturales llamaban Rímac y un valle que estaba bordeado de flores amarillas que después lo llamaron de amancaes, en homenaje al valle oro que circundaba el cerro, y que se imponía altivo a la ciudad desde el este.
Cuando arribó, con su acompañamiento de trescientos españoles, el virrey Toledo a Lima, la ciudad había avanzado más allá de las primeras fronteras iniciales como habíamos dicho y se arrimaba hacia sus cuatros costados con españoles, negros y indios, acurrucados como se habían definido por sus bienes y títulos, y que construían sus casas en los barrios cercanos llamados como Barrios altos y el Rímac.
El virrey, hombre alto y enjuto, tenía la costumbre, traída de la corte del rey Felipe II , de vestir de luto riguroso. Esta vestimenta lo hacía taciturno, triste, melancólico. Le daba la apariencia de hombre serió y colérico, de mal carácter. Siempre andaba de negro y realmente tenía una personalidad agria y mala. Había perdido a sus padres desde muy pequeño en la corte donde creció y no obstante haber sido adoptado en la misma por la infanta Teresa, un alma de Dios, su carácter fue decididamente de una timidez formidable. Cuando fue paje de las reinas Leonor e Isabel aprendió los modales de la realeza y que le sirvió de mucho en las relaciones que como representante del rey ofrecería en Lima. Además su origen social aristócrata y haber sido aceptado como parte de la casa de Carlos I, lo hacían de un origen alto en la sociedad española de ese entonces. Su antecesor, lo sabía y por ello preparaba una gran ceremonia para su recibimiento en la capital.  (Continuara)


José Ñique