LA GORDA NEGRA Y ZAMBA
Salomón pensó verla en la noche, pero Juliana no fue. Estuvo
en la Pila de la plaza de armas hasta las ocho y ella no llegó. Habían acordado
verse como todos los viernes a la misma hora y Salomón pensó lo peor; esta
cojuda me saca la vuelta. No puede ser que no venga si yo la hago gemir hasta
el grito desesperado y de repente me finge la muy condenada. La señora que vendía
anticuchos y pancita lo miraba como aun naufrago que se moría de hambre. Era tan
flaco Salomón que daba pena. Siempre había sido delgado. Desde que era
dirigente obrero. En esos tiempos no cenaba. Solo pan y te. Tenia que ir a la
Central de trabajadores a educarse en clasismo y en esas vainas que ahora ya no
le importaban porque ahora era un gran funcionario. Ya no vestía, por ejemplo,
con ese polo del sindicato y las camisas que compraba en la Parada. Ahora se vestía
en tiendas del centro y tenía un carrito que más o menos lo paraba. En esos
pensamientos se ocupaba cuando apareció la gorda.
Primero se miraron. Luego sonrieron. La gorda que era negra
y zamba se acercó al puesto de anticuchos y pancita y dijo en voz alta “Señora véndame
un combinado” dijo con su voz ronca de macho. “¿Con anticuchos y pancita?” le
pregunto la señora que atendía. “No, con Rachi” asintió la gorda mirando al
flaco Salomón, que turbado se sentó en una banca milenaria.
-“¿Y?” le dijo de un sopetón la gorda. “Así te han enseñado
presentarte?”
- “No entiendo amiga”- le dijo tímidamente Salomón, acomodándose
la corbata y sudando copiosamente.
La gorda miró el edificio colonial que servía de Tribunal Correccional
y se sacudió el pelo ensortijado. “Seguramente le habrán dicho que sea cauto a
este huevas”
-Mira hermanito, yo soy Lucrecia, tu contacto de la nota,
¿Entiendes? No eres tú “Gustavo”?
Salomón la miró entre estupefacto y sorprendido. “Esta pata
ta buena para que me saque mis chucaques” pensó.
Y así comenzó la historia de la Masonería en Talambo
Jose Ñique.