EL OCASO DE LOS MAGOS
Merlín, así se llamaba el mago, movió la
cabeza, un poco apenado, se acomodó la famosa capa de estrellas y lunas negras
y se le notó algo viejo y acabado; como esos ropavejeros que pululan por las
calles de Lima, gritando: “compro petates, camas, ropa vieja”. Caminó
despaciosamente por la gran sala de alfombras verdes y anaranjadas y sus
pensamientos eran vanos y amargados, un poco confusos. Los espejos relucientes
que adornaban el gran salón de la magia estaban rotos y esparcidos por el suelo
y eso indicaba que había llegado el fin, irremediablemente. Los magos de Alejandría
hacia tiempo habían desaparecido de la faz de la tierra y el ocaso de los magos
había empezado para siempre. Estos, que eran de una estirpe antigua, habían
reinado en el mundo desde tiempos inmemoriales; desde la época de los siete
desconocidos, hasta el período de oro de la criptocracia; de las sociedades
secretas, que los alquimistas medievales llamaron la futura forma de gobierno;
y este reino había llegado a su final.
Merlín tomaría la decisión, algo
contradictoria, de abrir las puertas de la ciencia. La era del castigo
vehemente contra lo ilusorio, que era al final de cuentas, el asesinato a la
creatividad, a lo fantástico, había empezado desde que los filósofos
naturalistas, en especial kant sustentaron sus famosas teorías de los cielos, y
que obligaron a los magos a vivir a saltos de mata, escondidos en los bosques,
en las cuevas de los animales salvajes, en los ríos y lagunas lejanas e incluso
en los grandes árboles y hasta habían algunos, que mimetizados en las rosas y
azucenas, pudieron sobrevivir.
El mago mayor llamo entonces a Helvetius y lo
convenció para abrir las puertas de la ciencia. Los hombres ya no necesitaban
de la superstición y de la brujería. Se iba a iniciar una gran era del
conocimiento exacto. Desde entonces reinan los economistas, los matemáticos los
psicólogos; los abogados y algunos partidarios de la seudo ciencia de la astronomía.
Desde entonces los magos vivimos en la
oscuridad, en las tinieblas. Esperando impacientemente y en vano, creo yo, una
nueva oportunidad para implantar la ilusión, que es al final de cuentas como
esta compuesto el mundo real. Esta época será la edad de la fantasía, del sueño
eterno, del oro filosofal y de la juventud eterna. Seremos entonces, eso lo
predijo Merlín, como el somormujo que sumergido en el agua, remonta el vuelo
límpido, sin mojarse siquiera sus alas incólumes.
José Ñique-Lima-Perú